De entre todos los vicios de la vida política, que no son pocos como bien se puede comprobar diariamente, el sectarismo no es el menos característico. Desde que algún gurú de la comunicación política dio la directriz de que el papel de los militantes en las redes debe ser el de repetir hora tras hora los argumentarios que emanan desde la sede partidaria, el nivel del debate ha descendido hasta arrastrarse por el suelo, pero al mismo tiempo ha facilitado el trabajo del observador neutral. Basta con seguir algunos perfiles para saber no qué piensa el titular de cada perfil, hay muchos fans de partidos que han abdicado del sano ejercicio del pensamiento autónomo, sino qué le han dicho que tiene que decir, lo que resulta muy útil para entender cuál es el mensaje básico que quiere transmitir cada partido en cada momento. Seguir a algunos hooligans en las redes permite acceder sin pizca de dificultad a la comunicación interna de las formaciones políticas.
De ese modo puede llegarse a la conclusión, por ejemplo, de que el PP ha dado instrucciones a los suyos para que repitan la falacia de que en todos los países del mundo siempre gobierna la lista más votada o que en el PSOE andaluz se ocupan más de rastrear las redes sociales para encontrar alguna metedura de pata de Pablo Iglesias antes de que se le pasara por la cabeza poner en marcha Podemos que de fustigar las fechorías del PP de Valencia, por poner un ejemplo. La última consigna, parece ser, es advertir de un presunto contubernio entre el PP y Podemos, lo que permite adivinar que el PSOE está preparando a los suyos para un pacto con Ciudadanos.
No va a ser desde esta columna donde se descubra el sectarismo de los partidos, muchas veces más extendido entre los militantes que se comportan como disciplinados fans de sus líderes y no como sujetos políticos con opinión propia, que entre sus dirigentes, aunque sí es oportuno reflexionar sobre la manera en que ese sectarismo invade a veces la esfera pública. Porque mientras se limita a las frivolidades que se leen a diario en las redes no supone un problema, pero cuando se extiende al ámbito institucional y acaba afectando a la vida de los ciudadanos pasa a serlo.
Una de las maneras en las que el sectarismo se expresa en la vida institucional es en esa concepción fundacional de la política que invita a comportarse como si todo comenzara desde cero cada vez que un nuevo partido llega al poder, como si la historia de una ciudad o de un país no fuese consecuencia de la herencia, positiva o negativa, que va sedimentando para que el que viene después vaya construyendo a partir de lo que ha dejado su antecesor. O dicho de otra manera, la corrosiva costumbre de afirmar que todo lo que hizo el adversario está mal y por lo tanto no hay nada que no se deba cambiar. Desde el poder, esta concepción sectaria se expresa también no contando con el adversario para ningún tema, ni siquiera con aquellos cuyas consecuencias se van a prolongar más allá de los cuatro años que dura un mandato.
En la política nacional, la expresión más acabada de esta forma de entender la política es la Educación, cuyo marco normativo se corrige con cada cambio de gobierno, como si fuese posible construir una política de Estado con modificaciones condenadas a ser anuladas a los cuatro o a los ocho años y marcadas más por la identidad ideológica de sus autores que por un análisis de las necesidades del país.
En el ámbito municipal esta concepción de la política fundacional no está ni mucho menos ausente. En 2008, la anterior alcaldesa, Ángeles Muñoz, barrió con la feria del centro y se la llevó al Arroyo de la Represa, una localización en la que estuvo provisionalmente y que cambió dos veces más durante su mandato. Jamás hubo una consulta a la oposición sobre ese asunto. Ahora, el alcalde anuncia que la feria vuelve al centro, por lo que ha llegado la hora de preguntarse si en 2019, en 2023 o cuando sea que haya alternancia volveremos a encontrarnos con una nueva mudanza de las casetas y los cacharros.
La ubicación de la feria no es un asunto que pueda situarse a la cabeza de los problemas más acuciantes que tiene Marbella. Aún así se entiende que para muchos vecinos no se trate de un asunto menor. Por ello sería saludable articular un mecanismo de discusión y consenso para llegar a una solución que no vuelva a dejar la feria de Marbella en una situación de provisionalidad. No es así como se construyen las tradiciones.