Un estudio difundido la semana pasada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) situaba a Marbella entre las diez ciudades españolas con menores ingresos per cápita, una nómina en la que también aparecían Fuengirola y Torremolinos y que estaba encabezada por Torrevieja (Alicante).
Quienes se apresuraron a repicar el jugoso y sorprendente titular que ofrecía el INE no tomaron en cuenta que se trata de un estudio que considera una foto fija de las declaraciones de IRPF según el municipio donde se presentan. Una lectura un poco más atenta permitía deducir que los vecinos de Marbella con mayor renta no tienen domicilio fiscal en la ciudad, aunque residan en ella la mayor parte del año. Su renta computa a la hora de sumar la riqueza de ciudades como Madrid o Londres y no aporta a la hora de dibujar el paisaje económico y fiscal real de Marbella.
Aun así, la explicación ofrecida por el INE daba cuenta de una realidad sangrante: en los municipios turísticos la mayor parte de sus vecinos trabajan en el turismo, un sector maltratado por la precariedad, los salarios rácanos y la estacionalidad. Marbella tiene reputación de ciudad de ricos y el estudio la describía como una ciudad de pobres. Se trata de dos dibujos contradictorios, que ignoran que la mayor parte de la ciudad es clase media y que como todas las medias verdades suponen la peor de las mentiras. Dos dibujos que caricaturizan (en el mal sentido, no en el sentido Casado) una realidad diversa, porque Marbella es, en realidad, una ciudad desigual con abismos sociales.
Es posible que a ello se deba que la decisión municipal de no seguir adelante con el Marbella Luxury Weekend no haya causado un gran debate social en la ciudad y que la pérdida haya sido experimentada en carne ajena. Pero esa percepción equivocada no convierte un error en un acierto.
Posiblemente el mayor hándicap de Marbella resulte ser que una de sus principales actividades económicas sea una industria cuyos productos sólo están al alcance de los más privilegiados. La ciudad tiene una oferta enfocada al sector del mercado que más puede pagar por unas vacaciones o por una segunda residencia. Vende calidad de vida y consumo de alta gama, pero algunos aspectos de esa calidad de vida no son accesibles para la mayoría de las personas, y el consumo de alta gama no está pensado para las carteras de gama baja o de gama media, es decir, para la mayoría. Marbella figura a la cabeza de todos los rankings de comercio de lujo, por encima de Madrid y disputando el liderazgo de Barcelona, es la ciudad con mayor número de hoteles de cinco estrellas y sus mejores restaurantes no dejan de cosechar estrellas Michelin. Pero se trata de restaurantes donde comer cuesta lo mismo que una semana de trabajo para la mayor parte de los vecinos y de hoteles en los que un elevado porcentaje de personas no puede soñar con dormir. El lujo, por definición, es restringido. Si deja de ser restringido, deja de ser lujo. La industria de la que vive buena parte de Marbella es, definitivamente, una industria antipática. Qué le vamos a hacer. Posiblemente nos gustaría ser punteros en otros sectores, pero no es el caso.
Llegados a ese punto cabe preguntarse si haber conseguido el liderazgo en una industria a la que muchos destinos aspiran a entrar, la mayoría sin fortuna, es algo de lo que Marbella debe avergonzarse. Y la respuesta es rotundamente no.
Para los privilegiados que llegan a la ciudad a disfrutar de la parte de la oferta de Marbella dirigida a una minoría -y es oportuno recordar que es sólo una parte de la oferta, no toda- el lujo es la forma de vida que se pueden pagar y que han elegido, pero para buena parte de las empresas y de sus trabajadores, es la industria que permite crear riqueza y empleo. Y la experiencia demuestra que cuanto más alto es el nivel de consumo, más especializados son los servicios que se demandan, más formación se requiere y mejor remunerados y más estables son los empleos que se crean. Es oportuno no perder esto de vista cuando se mira con indiferencia la pérdida de un evento que podía consolidar a la ciudad en un sector ultra competitivo en el que son muchos los destinos de todo el mundo que trabajan para ocupar el lugar en el que está Marbella.
Durante los cinco años que ha sobrevivido el Marbella Luxury Weekend, los dos primeros en los que tuvo sentido e hizo honor a su nombre y los tres restantes en los que se convirtió en algo parecido a un mercadillo con verbena del que las grandes marcas del sector salieron huyendo, existió ese debate sordo sobre si debían dedicarse recursos públicos, humanos o materiales, a su organización.
Si la pregunta fuera si el Ayuntamiento tiene que dedicar un euro a que los ricos se diviertan, la respuesta sería no. Pero si lo que se pregunta es si la ciudad debe hacer lo necesario para consolidarse y crecer en un sector que genera empleo de calidad, que impulsa a los sectores colaterales y en la que ejerce un liderazgo incontestable, la respuesta es que algo hay que hacer para que el evento no se pierda. No es momento para exhibir complejos