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Héctor Barbotta

Marbella blog

Diez años es mucho

LA letra de un tango sabio enseña que 20 años no es nada, pero produce cierto vértigo comprobar cómo ha cambiado casi todo en la mitad de ese tiempo. Diez años sí puede ser mucho. Hace diez años Marbella asistía conmocionada a la irrupción de la policía en las dependencias municipales, a la detención de la alcaldesa que ejercía el poder formal, del asesor que mandaba de verdad y de un puñado de personajes secundarios. Asistía al derrumbe repentino de un poder construido sobre un apoyo popular difícil de explicar y difícil de entender y también sobre un goteo de limosnas, favores y temores que no dice nada bueno de la condición humana. Diez años es mucho tiempo, pero no ha alcanzado para que la ciudad se dé a sí misma la explicación que aún se debe.
Produce vértigo asistir a cómo ha cambiado todo desde aquellos días en que Marbella era fustigada como paradigma de la corrupción política, una isla de indecencia en medio de un océano que simulaba estar calmo y que escondía tempestades de podredumbre que no tardaron en aflorar. Una podredumbre que, según hemos visto, afectaba también a muchos de quienes entonces se rasgaban las vestiduras con simulada sorpresa e indignación.
Han pasado diez años desde que estalló la ‘operación Malaya’ y hoy hasta resulta asombroso recordar que no ha pasado tanto tiempo –una década es apenas un suspiro en términos históricos– desde que la ciudad dio una mayoría absoluta a Julián Muñoz y asistió impávida unas semanas después a una moción de censura que sentó a Marisol Yagüe en el sillón de la Alcaldía.
Hoy la mayoría de esos personajes purgan sus culpas en la cárcel. A algunos los hemos visto dejar caer lágrimas, pedir perdón, clamar por su inocencia, aducir ignorancia u obediencia debida o suplicar clemencia apelando al deterioro físico, pero seguimos sin noticias del botín.
En la década que vivimos desde que la ‘operación Malaya’ cambió la historia de Marbella y también la de España hemos tenido dos Papas, dos presidentes del Gobierno, dos partidos nuevos y un gobierno a la espera de ser formado; hemos visto morir al fax y nacer al wassap; hemos confiado nuestra imagen, nuestras relaciones y nuestra reputación a las redes sociales.
En todo ese tiempo, Juan Antonio Roca ha vivido entre rejas. A él lo hemos visto admitir algunas acusaciones y negar otras. Pero no se le ha escapado ni una lágrima ni una súplica. No se le ha escuchado echarle la culpa a nadie, no ha pretendido inspirar lástima, ni intentar convencer de que no sabía. Cometió delitos y los está pagando. En medio de tanto lloriqueo se agradece, al menos, algo de dignidad.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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