En julio del año pasado el nadador alicantino Jorge Crivilles completó en 11 horas y 43 minutos el cruce del canal que separa la isla de Santa Catalina con la costa continental californiana. Con esa proeza consiguió lo que en el mundo de la natación en aguas abiertas se denomina la Triple Corona, que consiste en conseguir tres de las travesías de mayor dificultad, la mencionada de Santa Catalina, el cruce del Canal de la Mancha y la vuelta completa a la isla de Manhattan. La proeza del nadador alicantino fue recogida, con toda lógica de acuerdo a la dimensión del hito, con una extensa información en el periódico de información deportiva de mayor circulación en España y que constituye además la cabecera de referencia del presidente del Gobierno.
Hace menos de dos semanas, el paratriatleta marbellí Javier Mérida también se lanzó a las aguas de Santa Catalina para completar el cruce del canal. Lo hizoen 11 horas y 40 minutos. Pero como Mérida es un personaje peculiar a quien no le importa dar ventaja, lo hizo con una pierna menos, la que le falta desde que la perdiera en un terrible accidente del que se acaban de cumplir nueve años. Con el cruce de Santa Catalina, se convirtió en el primer amputado de todo el mundo que consigue la Triple Corona. No es que se trate de una proeza al alcance de pocos, de momento lo es al alcance de uno solo.
La lógica llevaba a pensar que semejante hazaña iba a encontrar espacio en los grandes medios nacionales y en la prensa deportiva del país, que Mérida tendría a su regreso una agenda cargada de entrevistas y que el Ayuntamiento de su ciudad le prepararía, sino un gran homenaje, al menos una recepción oficial como la que se brinda a los deportistas que consiguen algún resultado en diferentes competiciones. Nada de ello ha sucedido.
Mérida regresó a sus ocupaciones habituales y más allá de los abrazos de sus amigos y de las felicitaciones de quienes le conocen, con poco más se ha encontrado. Eso sí, hubo reseñas de la proeza en la prensa provincial y en los medios locales y una discreta nota del alcalde dejada en el buzón del grupo popular en el Ayuntamiento, al que Mérida pertenece como concejal.
No resulta fácil encontrar explicaciones a por qué los medios nacionales han ignorado la proeza de este deportista, ni por qué ni siquiera los dirigentes del partido al que Mérida pertenece, más allá de sus compañeros de Marbella, se han tomado un momento para felicitarlo. Aunque a Rajoy al menos le queda la justificación de que la noticia no ha aparecido en el Marca, hay actitudes para las que resulta difícil encontrar explicación.
Sí, en cambio, tiene explicación que el Ayuntamiento de Marbella, ciudad donde la noticia sí ha alcanzado cierta repercusión, no le haya organizado a Mérida una recepción y el reconocimiento que su hazaña merece. La explicación se resume en una sola palabra: sectarismo.
El sectarismo es la bacteria que contamina la vida política y que en el caso de Marbella presenta cada día síntomas de mayor gravedad. Esta semana hemos tenido varios ejemplos. El más grave fue el cruce de comunicados entre la Subdelegación del Gobierno y el Ayuntamiento de Marbella primero por el decreto para el nombramiento de directores generales, suspendido en uno de sus artículos por orden judicial tras una denuncia de la Abogacía del Estado, y después por la inasistencia del subdelegado a una reunión de la Junta de Seguridad Local.
Es difícil encontrar un antecedente que reúna una concatenación mayor de despropósitos. Tras serle rechazado el recurso contra la suspensión del artículo, el Ayuntamiento cargó contra la Subdelegación del Gobierno como si los abogados del Estado que denunciaron, con sus oposiciones y la independencia que se les supone, fueran empleados del Partido Popular. Lo mismo cabría para el juez que suspendió el decreto. Cuando uno empieza a ver conspiraciones en todos los sitios se incapacita a sí mismo para corregir errores y se condena a repetirlos.
A ataque municipal respondió el subdelegado del Gobierno con un comunicado inédito e igualmente desafortunado en el que reclamaba lealtad institucional pero cuyo efecto práctico no fue otro que el de subir los decibelios del enfrentamiento. Lejos de parar, el Ayuntamiento volvió a responder con la acusación contra el subdelegado de haber dado plantón a la Junta de Seguridad Local, un asunto que el subdelegado atribuyó a un malentendido y que en una situación de relaciones, no ya entre personas responsables sino entre personas que se comportan como adultas, se podría haber resuelto con una llamada telefónica.
No hay que hacer demasiada memoria para recordar el compromiso del alcalde para acabar con la confrontación institucional que durante años rigió las relaciones entre el Ayuntamiento y la Junta de Andalucía. Asegurar que esa confrontación acabó –de momento sin resultados tangibles relativos a la deuda de inversiones que el Gobierno autonómico mantiene con la ciudad– es tan ajustado como reconocer que se ha inaugurado una nueva etapa de enfrentamiento con el Gobierno central. Llevarte bien con los tuyos posiblemente tenga algún mérito. Pero más digno de reconocimiento es quien consigue llevarse bien con quien piensa distinto. Y eso no se puede hacer desde el sectarismo.