Una frase que se atribuye a Churchill sostiene que un político pasa a ser un estadista cuando deja de pensar en las próximas elecciones y empieza a pensar en las próximas generaciones. En boca de alguien que perdió los primeros comicios a los que acudió después de haber encabezado la resistencia de su país frente a los nazis y de haber ganado la mayor guerra de la historia, la frase adquiere toda su dimensión. Aquel trance debió haber sido duro para el político conservador, aunque hoy una estatua lo recuerde frente al Parlamento británico y casi nadie sea capaz de decir, sin consultar la Wikipedia, el nombre del rival que lo venció en las urnas una vez acabada la Segunda Guerra Mundial.
En un país en el que hace décadas que no aparece un estadista está fuera cualquier aspiración lógica reclamar semejante altura a políticos municipales, pero ello no debería desanimar a los ciudadanos a la hora de aspirar a encontrarse con comportamientos razonables y un mínimo de sentido institucional en los políticos locales cuando están en el gobierno y también cuando pasan a la oposición.
Esta semana, en la presentación del congreso que traerá a Marbella a partir del próximo viernes a 300 directivos y propietarios de hoteles de lujo de toda Europa, hubo una comparecencia conjunta de la alcaldesa, Ángeles Muñoz, y la secretaria general de Turismo de la Junta de Andalucía, Susana Ibáñez. Lo que debería ser visto como un síntoma de normalidad alentado por un acontecimiento relevante para la industria turística de la ciudad no puede dejar de ser interpretado, desafortunadamente, como un soplo de aire fresco nada habitual en ninguna época y menos aún en período de nerviosismo pre-electoral como en el que estamos entrando.
Hay situaciones que forman parte de la cotidianeidad política y que explican nítidamente esa falta de grandeza y de sentido institucional que no deberían dejar de ser exigidos a los representantes políticos. Una es la costumbre que tienen ministros, consejeros y delegados varios de hacerse acompañar por concejales de sus respectivos partidos, y no por los representantes institucionales, cada vez que tienen que hacer un anuncio o presentar una inversión. Lo hemos visto esta semana con la visita del delegado del Gobierno andaluz al centro de salud de San Pedro para inaugurar un nuevo aparato de radiología, pero se vieron casos análogos cuando era el PSOE el que estaba en la Alcaldía y el PP en la oposición. Los partidos se comportan todo el tiempo como si el dinero público fuera de ellos, y no de las administraciones que dirigen o de los ciudadanos que pagan sus impuestos. No es inhabitual escuchar que tal o cual inversión la ha hecho «el gobierno del PP» o que se se le debe «a los socialistas».
Otra de las situaciones que suelen producirse y que delatan esta concepción preminentemente partidista de la actividad política es el reclamo permanente que se realiza por parte de quien ha estado al frente de una institución de que se recuerde que determinados hechos positivos que se acaban consumando se iniciaron con otro alcalde o alcaldesa al frente del Ayuntamiento.
Cuando el gobierno tripartito anunciaba la concesión de licencias urbanísticas para proyectos de envergadura en Marbella, desde el PP se le afeaba que no reconocieran que se trataba de expedientes que se habían iniciado antes del relevo político en el Ayun tamiento. Ahora es el PSOE el que reclama, por ejemplo cuando se aprueba la licencia de obras en el Hotel Don Miguel, que se mencione que fueron ellos quienes estaban al frente del Ayuntamiento cuando llegaron los inversores. Si los políticos no se dieran más importancia de la que realmente tienen, porque hay situaciones que se producen no por ellos sino mientras están ellos, no habría necesidad de escuchar estos reclamos absurdos que no parecen otra cosa que pataletas infantiles. Quizás sea mucho pedir que entendieran que el valor de una fotografía a la hora de decidir el voto es ciertamente relativa
No habría que resignarse, sin embargo, a que esto nunca va a cambiar. Debería mantenerse la esperanza de que algún día algún gobierno presentara un proyecto en el que el primer cálculo fuese el beneficio social o incluso el beneficio a las próximas generaciones, y no si dará tiempo a cortar la cinta antes de la próxima cita electoral. En ese momento podríamos pensar que estamos ante algo parecido a un estadista.