Hay problemas que se puede decir que han estado siempre, pero el de las playas no. El problema de las playas nos lo hemos ido fabricando poco a poco. Construyendo más de la cuenta, privatizando espacios que debían actuar como anillos de protección del espacio natural, situando paseos marítimos donde debía haber arena, comportándonos como si la naturaleza, por sí misma, iba a encontrar soluciones frente a nuestros desmanes en lugar de comprender que nuestra condición depredadora no es ineludible.
Basta con ver cualquier fotografía aérea de la época en la que solamente había fotografías en blanco y negro y compararla con la realidad actual para entender que hoy en día las playas son un problema, pero que no son un problema que no nos hayamos buscado.
De hecho, deberíamos reconocer que al día de hoy seguimos viviendo de la inercia creada cuando el turismo estaba naciendo y Marbella era todavía un paraíso natural. Hoy, que en gran medida ha dejado de serlo, los turistas han dejado de venir por las playas. Vienen a pesar de las playas y no se puede decir que la ciudad no tenga un gran mérito en ello. Pero igual sería mejor no seguir tentando a la suerte.
Hoy en día las playas son un problema. En realidad son el talón de Aquiles de nuestra oferta turística y hay que reconocer que a la hora de intentar disimularlo se le está echando imaginación al asunto. Cada temporal que azota la costa –hay dos o tres cada año, por lo que no se puede decir que sean fenómenos meteorológicos extraordinarios–, las hace desaparecer; las llamadas ‘natas’ –esto sí que es un fenómeno extraordinario, ya que es difícil verlo en cualquier otra playa de España–, aparecen recurrentemente, y algunas situadas en emplazamiento claves, como San Pedro o Guadalmina, están cubiertas de rocas y pedruscos.
Lo que llama la atención de este asunto es que todo el mundo está de acuerdo en que esta situación es impresentable y que no se puede seguir así, pero así seguimos año, tras año.
La llegada del verano suele dar lugar a soluciones a las que podríamos denominar imaginativas aunque un observador neutral podría considerarlas en el mejor de los casos parches y, en el peor, operaciones de marketing para ocultar vergüenzas y salvar la cara.
Es el caso de los llamados ‘barcos quitanatas’, una solución de emergencia que generalmente no soluciona nada y que además pone en evidencia una situación a la que nos hemos acostumbrado, nos sigue avergonzando y nos recuerda desde hace décadas que el saneamiento integral, una actuación básica en cualquier país desarrollado, sigue siendo un problema que compite por méritos propios y en igualdad de condiciones con el tren litoral en el apartado de grandes asignaturas pendientes de la provincia de Málaga.
Esta semana conocimos que la arena que se está retirando del puerto de Cabopino se está destinando a regenerar las playas de Las Chapas, y también que Costas destinará 600.000 euros para devolver arena a las playas de la Costa del Sol Occidental en los tramos Marbella-Mijas y San Pedro-Estepona. Este año, se asegura, hay más dinero que nunca para ese empeño y hay que concluir que la meteorología ha obligado a ello. Si se sumara euro a euro todo lo que se ha invertido en regeneración en, digamos, la última década saldrían unos espigones más que apañados. Pero ya se sabe que lo urgente no deja tiempo ni recursos para lo importante. Mientras se espera a que la promesa de las obras pendientes se traduzca en partidas presupuestarias -no es el caso todavía, aunque se promete que lo veremos pronto-, toca conformarse con los camiones de arena de cada año.
Para la playa de San Pedro, que a la vista de rocas y pedruscos no se puede concluir con certeza que sea una playa digna de ese nombre, el Ayuntamiento está estudiando si contrata dos despedregadoras. La despedregadora sampedreña va camino de convertirse en el trabalenguas del verano, y habrá que ver si en objeto de curiosidad por parte de los visitantes. Básicamente se trata de una máquina arrastrada por un tractor que separa la arena de las piedras. Las pobres máquinas tienen por delante una tarea ímproba y no es seguro que se vaya a coronar con el éxito. No saben dónde las han metido. Queda la esperanza de que las piedras se puedan utilizar en un futuro próximo para la construcción de los espigones, que se asegura que llegará más temprano que tarde. Mientras tanto, a esperar que sigamos teniendo suerte en la ruleta rusa y que los turistas sigan viniendo. A pesar de las playas.