Posiblemente forme parte de unas de esas reglas no escritas en la política, rígidas, inamovibles, inmodificables, que la credulidad ciudadana a veces parece ignorar pero que forman parte de la manera en que se gestionan los asuntos públicos. Consiste en no reconocer error alguno en las propias filas, por más evidente que resulte, ni mérito alguno en el adversario. En la implacable batalla política cualquier actitud de ese tipo puede tener el efecto de una cuña que el adversario puede convertir primero en un pequeño orificio y después en una herida mortal. El criterio, acertado, de que solamente los fuertes son capaces de reconocer errores y que los débiles experimentan un pánico que les impide hacerlo no funciona en los partidos. O posiblemente sí.
El Ayuntamiento de Marbella celebró el pasado jueves el Debate sobre el Estado de la Ciudad, una sesión a la que está anualmente obligado por la Ley de grandes ciudades y que debería ofrecer la posibilidad de poner en común fortalezas y debilidades del municipio y posibles líneas de acción para plantear objetivos colectivos y solucionar los problemas más importantes. Si en algo debería diferenciarse la política municipal de sus hermanas mayores en la comunidad autónoma y en el país es en la facilidad para construir consensos a partir de las necesidades urgentes, cercanas y concretas de los vecinos.
Sin embargo, nada de eso sucede. El Debate sobre el Estado de la Ciudad de Marbella pareció una réplica de los que se celebran en el Parlamento Andaluz o en el Congreso de los Diputados. Con menor nivel parlamentario, eso sí, pero con idéntica vocación de plantear una visión unilateral de los problemas y las necesidades del municipio, sin la más mínima concesión ni al adversario ni a la autocrítica. Con el agregado, por si fuera poco, de que se trataba del primer debate de este tipo tras la moción de censura del pasado verano, por lo que ese episodio fue blandido, según el caso, como el origen de todos los males o el fundamento de todas las bendiciones caídas sobre la ciudad en el último año.
Durante las dos horas largas de debate del jueves, los intervinientes parecieron vivir en dos ciudades diferentes. La primera se hundía hasta que llegó la moción de censura del año pasado, momento en el que pasó a convertirse en un vergel de futuro promisorio. La otra recorrió el camino contrario hasta llevarnos a una ciudad sucia, insegura y sin rumbo regida de manera despótica desde el Ayuntamiento.
Con posiciones de este tipo, donde las verdades nunca se entienden como parciales o provisionales, es imposible cualquier acercamiento que invite a realizar un diagnóstico más o menos común de las necesidades y problemas. Puestos a no escucharse, los grupos políticos ni siquiera fueron capaces de ponerse de acuerdo sobre si la puerta del salón de plenos estaba cerrada o abierta durante la celebración de la sesión. No sobre si debía estar cerrada o abierta, sino sobre si estaba efectivamente abierta o cerrada.
Hubo ediles en los escaños del PSOE que se quejaron porque la puerta, que efectivamente estaba cerrada pero que se podía abrir tan sólo con accionar el picaporte, impedía supuestamente entrar a los vecinos interesados en asistir al debate. La verdad es que no había, el jueves por la mañana, grandes masas de ciudadanos pugnando por entrar al salón de plenos, la mitad de cuyas sillas estaban vacías. A la vista de la escasa educación de la que hicieron gala algunos de estos ediles, es posible que esa ausencia de vecinos los haya beneficiado.
No es exigible a los partidos que hagan un diagnóstico común. Cada uno tiene, lógicamente, sus propia manera de entender la realidad. Pero esta práctica impermeable a la más mínima concesión, regada de verdades absolutas y definitivas y que considera al adversario un inútil irredento o una corrupta desalmada, según el caso, ahuyenta la más mínima esperanza de que algún día se alcance un acuerdo de mínimos para resolver los grandes problemas que arrastra esta ciudad, que son muchos. Y ese improbable acuerdo, no debe olvidarse, seguramente supondría el primer paso para encontrar soluciones.
Marbella y toda la Costa del Sol comienzan la temporada turística sin la amenaza de una huelga en los hoteles. El martes se firmó un acuerdo que los especialistas consideran histórico y que garantiza una subida salarial para los trabajadores del 13 por ciento durante los próximos cinco años. El acuerdo pendió de un hilo durante semanas, en las que las negociaciones estuvieron a punto de romperse en varias ocasiones.
Se trata de la primera vez en España en que un convenio recoge que cuando los hoteles externalizan servicios, las empresas que se hacen cargo de los mismos están obligadas a aplicar a sus propios trabajadores el convenio de la hostelería en su totalidad, con la responsabilidad solidaria de las empresas principales y no de las multiservicios.
El desembarco de las externalizaciones en el sector turístico es una de las herencias de la crisis. Pero aunque en algunos casos llegaron por necesidad, había interesados en mantenerlas por simple codicia y a costa de las condiciones de trabajo del último eslabón en la cadena productiva del turismo. Con la firma del convenio, esa situación va camino de desaparecer. Como en tantas ocasiones a lo largo de la historia, la Costa del Sol vuelve a estar a la vanguardia y dando ejemplo en el sector turístico.