La imagen del equipo de gobierno municipal sufrió la semana pasada el primer golpe serio de este mandato tras saberse que el Ayuntamiento otorgó a una empresa de la que el concejal Antonio Espada es socio al 50 por ciento dos contratos que suman más de 220.000 euros. Es también apoderado de la empresa, aunque ese dato se lo ocultó a la redactora de este periódico que trabajó en la información, quien no obstante lo consiguió por otros medios.
El acta de la Junta de Gobierno Local en la que se aprobó uno de esos contratos, de 190.000 euros, no está colgada en la web del Ayuntamiento. Nadie sabe explicar por qué.
El informe del secretario municipal que decía que la situación de Espada como apoderado de la empresa era incompatible con su condición de concejal fue modificado posteriormente por un error que desde el Ayuntamiento se atribuye al propio secretario.
El equipo de gobierno y el PSOE se han enfrascado en una discusión sobre si las adjudicaciones son o no son legales. Pero después de todo lo que ha pasado en Marbella no se trata ya de que el asunto sea legal o no. Ni siquiera es necesario entrar en el resbaladizo terreno de la ética, del que el equipo de gobierno ha huido a la hora de dar explicaciones sobre este caso. Hemos llegado a un punto en el que hay que hablar de estética. Y este asunto es feo.