El puñado de residentes estadounidenses en Marbella pertenecientes al Club Americano que todos los meses se reúnen para salir de tapas estaban la semana pasada emocionados y con el alma en vilo. Nunca antes habían seguido con tanta atención las elecciones en su país. Esta vez no sólo vivían enganchados a la CNN y a internet, sino que hasta se habían tomado el inusual trabajo de enviar sus votos por correo. En una larga charla con este periódico, la mayoría coincidió en el motivo de tanta emoción: querían volver a sentirse orgullosos de su país. No es difícil imaginarlos exultantes en la madrugada del miércoles. Queda todavía por ver todavía cómo afecta el cambio de inquilino en la Casa Blanca a otro buen amigo de Marbella, el embajador Eduardo Aguirre, a quien posiblemente la administración Obama le busque reemplazante.
Y mientras los amigos del Club Americano encontraban en la lección democrática del 4 de noviembre un fundamento para el orgullo, quien se pase por la oficina de empleo de Marbella cualquier mañana puede hallar motivo para la vergüenza. Los desempleados –una condición contra la que, debería recordarse, nadie está inmunizado en épocas como las que corren– guardan cola desde las cuatro y media de la mañana para intentar tramitar las prestaciones. A las nueve comienzan a repartirse números a los primeros afortunados. Al resto se le conforma con esa coletilla tan cara a algunos funcionarios: vuelva usted mañana. ¿Cuántos números se reparten? Pues depende de la cantidad de personas que hayan ido a trabajar ese día. Ochenta turnos si hay suerte, la mitad si la gripe ha hecho mella entre los sufridos funcionarios, a quienes la larga cola no motiva a venirse desayunados de casa. Ahora bien, el número no da derecho a ser atendido, sino a seguir esperando. Si hasta las dos de la tarde no lo han llamado porque no ha dado tiempo, pues vuelva usted mañana. ¿Con el mismo número? No. A guardar cola desde la madrugada y a intentar conseguir número otra vez. Y vuelta a empezar.
La situación en esta oficina, con el paro en la ciudad situado ya en 10.000 personas y subiendo, es insostenible y si no se toman medidas irá a peor. Los parados no sólo tienen derecho a percibir las prestaciones por las que han cotizado, sino a que se les atienda en condiciones. Suficiente drama es haber perdido el empleo como para que encima se atente contra su dignidad.