Hay corporaciones políticas que adoptan la filosofía del rugby, un deporte de gran contacto físico donde los jugadores se emplean con dureza durante dos tiempos de 40 minutos, pero donde cada partido incluye obligatoriamente y sin excepción un tercer tiempo tan importante como los anteriores que consiste en compartir unas cervezas con el rival. Cualquier diferencia o malentendido que pueda haberse producido durante los dos primeros tiempos se zanja ineludiblemente en el tercero. Esta circunstancia -entre otras como el respeto reverencial al árbitro, a quien jamás se le discute un fallo por equivocado que sea- es lo que ha llevado a definir al rugby como un deporte de villanos jugado por caballeros en contraposición al fútbol, un deporte de caballeros jugado por villanos.
Hay corporaciones, decíamos, donde se aplica la filosofía del rugby. Cada partido defiende con rigor y a veces con dureza sus posiciones, pero concluido el debate existe la buena relación lógica entre quienes comparten la misma actividad aunque lo hagan desde trincheras opuestas. No es, lamentablemente, lo que sucede en el Ayuntamiento de Marbella, donde se ha impuesto el estilo futbolero. Cuantas más patadas en el tobillo, simulaciones para engañar al árbitro y declaraciones para calentar el partido, mejor. Y acabados los noventa minutos, la bronca continúa. Los concejales rivales no pasan del ‘buenos días’. Y eso con suerte.
Posiblemente nadie que haya seguido el contenido de los (pobres) debates políticos que se han sucedido en el Ayuntamiento de Marbella durante el último año y medio pueda entender dónde está el origen de que las relaciones se torcieran hasta el punto de que los partidos sean incapaces de ponerse de acuerdo, siquiera, en el tiempo de intervención que le toca a cada uno, y que unos y otros consideren un agravio personal intolerable cualquier crítica lanzada desde la parte contraria. La bronca política montada en el último pleno, que en realidad fueron tres celebrados sucesivamente, y que provocó que la oposición abandonara dos de ellos -que paradójicamente habían sido convocados a petición propia- sólo puede entenderse en el marco de unas relaciones que se han enrarecido de una forma inexplicable e injustificada.
No hay nada en la actualidad de Marbella que justifique una bronca política como la que ha cerrado el año. Todo lo contrario. La recuperación de la normalidad democrática en el Ayuntamiento, por no hablar de las urgentes necesidades de la ciudad, debería ser motivo suficiente para que los grupos políticos dejaran a un lado las peleas de patio de colegio.
El viernes, al día siguiente del pleno de la bronca, estaba prevista una visita del secretario provincial del PSOE, Miguel Ángel Heredia, para explicar las inversiones de otras administraciones en Marbella, incluido el conocido como ‘plan Zapatero’ contra la crisis. En el Ayuntamiento no quisieron ceder méritos al enemigo y programaron una junta de gobierno y su correspondiente rueda de prensa para explicar los méritos del gobierno local en esas inversiones. En resumen, que hubo competencia por apuntarse el tanto. Ante tanta pelea de niños chicos no debería perderse la esperanza de que las urgencias acaben por imponer el sosiego y el sentido común. Los datos, en una ciudad que cuenta ahora el doble de parados que hace tres años, no invitan a otra cosa. Sabrá disculpar el lector el exceso de optimismo.