Posiblemente quienes reivindican la segregación de San Pedro Alcántara de Marbella tengan razones históricas en las que justificar su aspiración, del mismo modo que seguramente existen fundamentos igual de válidos para sostener la opinión contraria. La interpretación de la historia nunca es objetiva ni neutral, y menos aún cuando el pasado se utiliza como justificación de las posiciones políticas presentes. Pero más allá de la historia, que el principal argumento para partir en dos al municipio y a toda su estructura administrativa sea que a San Pedro llegan pocas inversiones demuestra, además de la pobreza del debate, la enorme falacia en la que se ha sustentado todo este asunto.
Marbella es un ayuntamiento arruinado por un saqueo sistemático de 15 años, y San Pedro recibe tan pocas inversiones municipales como el resto de la ciudad. Un eventual ayuntamiento de San Pedro nacería inviable, lastrado por su parte proporcional de la deuda heredada. Sus vecinos no se librarían por arte de magia de la pesada losa que el GIL regaló a quienes durante cuatro elecciones seguidas le votaron mayoritariamente en todo Marbella, incluido San Pedro.
La Junta de Andalucía acaba de dar carpetazo al expediente abierto hace 20 años cuando una comisión vecinal pidió que San Pedro se segregara de Marbella, y los partidos políticos han optado por dos posturas: o han protestado por la decisión o han mantenido silencio. Algunos han aprovechado para echarle la culpa al contrario de todos los males de San Pedro, otros han vaticinado que el PSOE recibirá en las urnas un castigo perpetuo por la decisión de la Junta y otros más han asegurado que la independencia no es lo que preocupa a un núcleo de población especialmente castigado por la crisis y el paro. Sin embargo, pocos se han atrevido a decir en público lo que seguramente piensan en privado: que la separación sería un despropósito y una tragedia económica para todos. No hay quien se atreva a herir los sentimientos de los independentistas, porque siempre parece que quienes quieren separarse, sean muchos o pocos, tienen una sensibilidad más delicada que los demás.
El nivel del debate no es que sea pobre, es paupérrimo. No decirle a los ciudadanos lo que al parecer no quieren escuchar parece ser la única estrategia. Es el problema de confundir política con electoralismo y de subestimar todo el tiempo al personal.
Vivimos en un país en el que cada vez que hay dificultades alguien propone una solución que consiste en separar lo que está unido y en agrandar el aparato burocrático en lugar de reducirlo para poder dedicar los recursos públicos a lo realmente necesario. Para encontrar ejemplos de esta arraigada y nefasta manera de ver las cosas no hace falta irse hasta los nacionalismos arquetípicos que le venden a su parroquia que su único problema es el resto de España. Por aquí, mucho más cerca, hubo quien propuso no hace mucho crear una novena provincia andaluza en el Campo de Gibraltar, y también llegó a escucharse la desternillante idea de que Málaga se constituyera en comunidad autónoma para escapar del centralismo sevillano. Durante la visita el año pasado de Michelle Obama, hubo un alcalde que se gastó el dinero que no tenía en unas pancartas que aclaraban que el camino que la primera dama recorrería hasta llegar al hotel de Benahavís donde se alojó no pertenecía a Marbella, sino a Estepona. Para Granada, el problema parece ser Málaga; para Málaga, Sevilla; para Coín, Alhaurín el Grande; y para Alhaurín el Grande, Alhaurín de la Torre. El argumentario tribal ha calado, y lo mismo que se critica a los nacionalistas catalanes o vascos se repite a la primera oportunidad. Hace años que cargar contra Sevilla rinde impagables réditos políticos en Málaga, quejarse de que Marbella aporta al fisco más de lo que recibe, tesis calcada a la del nacionalismo catalán, es un argumento que tiene su público, tanto como caracterizar a San Pedro como víctima de Marbella. Podríamos seguir así hasta llegar al distrito, el barrio, el bloque o el portal. La culpa de mis problemas la tiene el vecino.
Sin embargo, estamos en la mayor conurbación urbana del Mediterráneo y vamos indefectiblemente a agrupar servicios, administración y esfuerzos. La excursión más demandada en la Costa del Sol es Gibraltar. Puerto Banús es un reclamo para los hoteles de Estepona del mismo modo que Ronda lo es para los de Marbella. La antigua carretera 340 va camino de convertirse en la gran avenida turística del sur de Europa. Negocios de todo el entorno se arropan con legitimidad bajo el paraguas de Marbella, y Guadalmina es una de las zonas más valoradas de España, entre otros motivos, porque también se abriga bajo esa marca.
Cuesta entender por qué nadie se ha atrevido a decirlo, pero que San Pedro siga siendo Marbella, que Guadalmina y Puerto Banús no se separen del nombre que los puso en el mapa del turismo, es una excelente noticia. Excelente para los vecinos de Marbella y sobre todo, excelente para los vecinos de San Pedro.