Parece haber llegado el momento en que el proyecto para realizar prospecciones de gas frente a la Costa del Sol va a dejar de ser un proyecto para convertirse en una realidad, y los responsables políticos que han permitido que se llegue hasta aquí atisban que se trata del momento oportuno para rasgarse las vestiduras y atacar al adversario en nombre de la industria turística a la que dicen defender. Por eso posiblemente también haya llegado el momento de preguntarse si además de soportar las plataformas de prospecciones frente a las playas estamos condenados a aguantar adicionalmente tamaño ejercicio de hipocresía.
A estas alturas ya se debería tener claro que sin el aval de los dos partidos que se han sucedido en el Gobierno desde que este proyecto comenzó a gestarse y sin el desinterés, la negligencia, la sumisión o la impotencia (lo mismo da) de sus débiles franquicias locales no habríamos llegado hasta este punto.
Por lo tanto, el desfile de políticos preocupados por el próximo paisaje de una plataforma perforando el lecho marino frente a las playas regadas de turistas sobra. Si creen haber encontrado un escenario para tirar de argumentario y desgranar para consumo interno cuatro o cinco lugares comunes sobre la economía, el turismo y el empleo, mejor sería que se buscaran otro. Si no han sabido defender a la industria turística en sus propios partidos de poco vale que saquen pecho ahora que no hay nada que hacer. Una de dos: o las prospecciones de gas no son tan malas para el turismo o el turismo les importa un comino.
No somos un país que ande precisamente sobrado de energía –menos aún después de los desastres diplomáticos con los que se estrenó en el cargo el ministro de Exteriores– y posiblemente el asunto del gas frente a la Costa constituya un asunto de Estado. Se trata de una categoría que la miopía política nunca ha permitido alcanzar al turismo, algo de lo que deberíamos estar ya enterados.
Las décadas esperando el saneamiento integral, la dejación institucional que permitió la destrucción del litoral por el urbanismo salvaje o la falta de inversión en las escuelas oficiales de idiomas nos venían advirtiendo desde hace tiempo que la batalla del turismo frente al gas estaba perdida antes de comenzar.