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Héctor Barbotta

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Cómplices, no víctimas

Posiblemente lo peor del caso Pujol no sea el volumen del fraude, cuyas dimensiones están todavía por descubrirse, ni la desazón que sienten quienes tenían a esa figura como un referente moral, ni el tufo a que esto ya se sabía desde hace tiempo pero se ha decidido sacarlo a la luz en el momento oportuno, ni la contumaz persistencia con la que los protagonistas de la historia se empeñan en seguir tomándole el pelo al personal. Lo peor es la manera en que quienes han participado de esta inmoralidad mayúscula, en esta estafa económica, pero también política y ética, se están llevando las manos a la cabeza, fariseos, con cara de yo-no-sabía-nada, como si todo este asunto los cogiera por sorpresa. Como si la fortuna descomunal de un mandatario que ha ocupado el sillón durante más de dos décadas, exhibida impúdicamente por su familia durante todo este tiempo, se pudiera haber labrado sin tejer una red de complicidades dentro y fuera de su partido y también dentro y fuera de la política.

Por eso no se sabe si es peor que Felipe González insista en defender lo indefendible o que otros cómplices levanten el dedo acusador, como si el tema no fuese con ellos, o guarden sospechoso silencio.

 

Llegados a este punto, inspira cierta nostalgia la candidez con la que se recibió en su día el ‘caso Malaya’, considerado entonces el mayor caso de corrupción política en España y que lamentablemente se ha revelado no mucho tiempo después como una marca más, y no la más importante, del sarampión de corrupción que afecta a un cuerpo entero que además no parece tener interés alguno en crear los anticuerpos que permitan sanar de una vez y para siempre.

Ahora, cuando se empieza a conocer que la fortuna oculta del exhonorable podría proceder del supuesto cobro de comisiones a las empresas que optaban a obras públicas (¿de dónde si no?), se pretende presentar a los cobradores como los únicos villanos de la historia, y a los pagadores como víctimas de una extorsión que los inmuniza ante la justicia y ante la historia.

Pero ‘Malaya’ nos ha enseñado que sólo cuando se pone en un mismo plano a quienes cobraron y a quienes pagaron, a los sobornados y a los sobornadores que prefirieron participar del delito y beneficiarse de él en lugar de denunciarlo, se puede erradicar de cuajo un sistema que tiene a los ciudadanos de a pie como únicas y excluyentes víctimas. Si no se hace así, a los sobornadores sólo les quedará esperar a que pase la tormenta y preguntar dónde está la siguiente ventanilla a la que deben dirigirse.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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