Nunca es fácil la transición. A veces parece que se está en un limbo histórico, atrapado entre lo que no acaba de terminar y lo que no alcanza a comenzar.
Durante los últimos días el pasado ha regresado como en una invasión. Hubo novedades sobre la casa de la vergüenza de quien alguna vez, parece increíble, fue alcaldesa de Marbella. Roca y Julián Muñoz volvieron a los juzgados a dar explicaciones (o a no darlas) sobre la corrupción urbanística. Se citó a testigos en la causa que se sigue contra un juez supuestamente corrupto. Se habló de la inesperada dificultad que está encontrando Pedro Román para reunir el millón de euros que le permita salir de la cárcel. Una fianza que puede dejar rastros indeseados para el reo y apetecibles para los investigadores.
Y todo ello sin mencionar al PGOU, el documento del futuro condicionado por el hormigón del pasado.
La actualidad de Marbella, vaya paradoja, parece marcada por lo que ya ha sucedido. Y seguramente esto es así porque el futuro no acaba de llegar. Los proyectos que deben guiar el porvenir brillan por una ausencia marcada por la miseria económica y financiera del Ayuntamiento y por unos presupuestos de la Junta más inclinados por tapar los agujeros de 15 años pasados que por generar alguna ilusión futura.