Seguramente estamos ante un nuevo tiempo político, pero la inercia de los tiempos viejos mantiene todo su impulso. Así cómo en el Parlamento Andaluz vemos comportamientos de la época de las mayorías absolutas, y así no habrá manera de que se constituya un gobierno aunque se amenace con convocar elecciones cada quince días, en las campañas electorales persisten discursos, propuestas y recursos de marketing político que invitan a pensar que los primeros que no se han enterado de que esto ha cambiado son los candidatos.
En Marbella hemos tenido durante los últimos cuatro años una situación de bloques que mimetizó a los tres grupos de la oposición (PSOE, IU y Opción Sampedreña) en un solo discurso. Un poco porque faltó originalidad a la hora de articular críticas a la alcaldesa y otro poco porque el rodillo torpe de la mayoría absoluta invitó a la oposición a actuar en conjunto, al final se acabó trazando una frontera que partió por la mitad el salón de plenos, refugió a unos y otros en sendas trincheras desde las que era imposible confluir en acuerdo alguno e hipotecó la posibilidad de que el PP encontrara aliados cuando le hiciera falta
Ya se sabe que la política de bloques requiere la demonización del adversario y el enaltecimiento propio. La autocrítica o el reconocimiento de méritos ajenos no tienen hueco en las trincheras, y por eso no cabía esperar gran cosa de los mismos partidos a la hora de hacer campaña.
La única esperanza de algo distinto residía en los nuevos partidos, pero casi todos parecen haberse encontrado más cómodos no en proponer una política diferente a la de los bloques, sino en en sumarse a uno de ellos. La campaña nos ha traído, en viejos y en nuevos, los mismos discursos, el mismo maniqueísmo, la misma dicotomía entre buenos y malos. El pacto a la contra de un lado; el miedo al pacto, del otro. La política del entendimiento, la nueva política, se sigue haciendo esperar.