La política de Marbella, al igual que la de gran parte del país, lleva demasiado tiempo sumergida en la lógica de las trincheras como para que ahora, a menos de dos semanas del pleno de constitución de la nueva corporación municipal, nos extrañemos de que se hayan formado dos bloques y de que la única incógnita resida en saber hacia qué parte de la línea de fuego van a ir los dos votos de Opción Sampedreña, los que pueden inclinar la balanza. Al día de hoy no hay decisión tomada y OSP esperará a terminar su intensa ronda de contactos para someter la decisión a su dirección colegiada.
Lo que está sucediendo ahora ya se sabía durante la campaña electoral y nadie puede llamarse a engaño. El propio Partido Popular advirtió de que o tenía mayoría absoluta o la ciudad se asomaba a lo que consideraba el abismo de un gobierno cuatripartito. «Nosotros o el caos», dijeron. Para el PP ahora podría resultar menos doloroso creer que ese mensaje no fue escuchado, porque de haberlo sido la conclusión es que el electorado ha preferido el caos. Hasta ahí ha llegado el hastío ciudadano que barrió al PP en todo el país, aunque a Ángeles Muñoz le quede el consuelo de haber conseguido el tercer mejor resultado de su partido en ciudades de más de 100.000 habitantes. Escaso consuelo si acaba perdiendo el poder, pero dato posiblemente a tomar en cuenta a la hora de considerar cómo ha sido valorada su gestión al margen de siglas.
Es posible que la alcaldesa haya comprendido ahora que desde la cómoda mayoría de la que disfrutó durante ocho años podría haber practicado una política más generosa que diera algo de respiro a quienes ejercían la oposición. Negarle el agua a los enemigos lo único que hace es construir lazos entre los sedientos. Ahora aparecen los cántaros rebosantes y habrá que ver cómo lo valoran quienes están en disposición de elegir de qué agua prefieren beber.
Estos días los teléfonos no paran de sonar y al otro lado se oyen voces de quienes advierten de que si se consuma el cuatripartito Marbella retrocederá en el camino de recuperación de la normalidad hasta el casillero de partida, y que los inversores que tenían las carteras preparadas para iniciar grandes desembolsos han tocado el freno y esperan acontecimientos. Es difícil saber si esos exagerados vaticinios de catástrofe tienen algún asidero en la realidad, pero lo que sí se puede comprobar, sin lugar a dudas, es el envoltorio de cobardía que cubre a buena parte de las elites de esta ciudad. A la espera de acontecimientos, nadie de los que lanzan en susurros advertencias apocalípticas se atreven a hacerlo en voz alta. El momento de hacerlo, si realmente creen eso, es ahora. Pero desde Gil, a quien como es sabido nadie votó, se sabe que gran parte de las opiniones políticas en Marbella están más inspiradas en el oportunismo que en la honestidad intelectual.
Sólo así se explica que junto a los profetas que advierten, en voz baja, que todos los males esperan a la ciudad si se consuma el pacto multicolor hayan comenzado a brotar, desde sus propias filas ideológicas, las críticas a la alcaldesa ahora aparentemente acorralada. En voz baja, eso sí. No vaya a ser.
Cuando más se necesita altura de miras aflora el oportunismo, personificado esta semana en el concejal de Turismo, que esperó a comprobar que el PP perdía la mayoría absoluta para abandonar el PP y sus responsabilidades con una despedida a la francesa en las redes sociales que luego quiso matizar cuando tomó conciencia de la repercusión mediática de lo que había hecho.
Y no es que del otro lado haya menos oportunismo. Posiblemente lo mejor del final de la campaña electoral es la caída del velo de la hipocresía. En la franquicia municipal de Podemos han considerado que es hora de aparcar el anhelo de «echar a la casta» y prefieren conformarse con un objetivo más modesto. En concreto la mitad de modesto. Su asamblea ha decidido echar al 50 por ciento de la casta y celebrar como un triunfo su sintonía con el otro 50 por ciento. El argumento al que su cabeza de lista recurrió en la asamblea –«El PSOE es casta, pero el PP es casta y media»– fue muy pedagógico y ayuda a entender cómo justifica Podemos el abandono de sus objetivos fundacionales a medida que el aroma del poder se hace más intenso.
En Izquierda Unida han preferido aparcar las enseñanzas que les ha dejado su experiencia de pacto de gobierno en Andalucía, y en Opción Sampedreña han optado, en boca de su portavoz, Rafael Piña, de pasar de propiciar un idílico gobierno de concentración y gran consenso con todos los grupos a negarse públicamente a reunirse con la candidata de la lista más votada, todo por una cuestión de tripas. Fue sólo un primer impulso. La experiencia sufrida en carne propia seguramente pesó para entender que humillar al contrario no aporta más que una pasajera satisfacción personal, siembra seguras tempestades futuras y poco aporta cuando ya se está en una situación de fuerza suficiente.
En el PP han pasado de rechazar en pleno todas y cada una de las mociones presentadas por OSP durante cuatro años a considerar que sus propuestas para constituir gobierno son asumibles, y en el PSOE han ido más allá y las han hecho suyas.
Las matemáticas se usan según antojo. En el PP suman sus votos y los de OSP para concluir que la mayoría de los vecinos de San Pedro quiere un gobierno entre esos dos partidos. En el PSOE suman todos los votos que no ha obtenido Ángeles Muñoz en todas las mesas para argumentar que Marbella ha votado echarla de la Alcaldía.
Consultados los ciudadanos, contados los votos e interpretados según conveniencia, barridas las encuestas –incluida la publicada en este periódico–, esta semana han vuelto a hablar los políticos. Y la verdad es que no hay nada nuevo.
Las percepciones de esta semana parecen indicar que la balanza se está inclinando hacia la izquierda. Pero más allá de las cuestiones de piel no puede decirse que haya señales tan contundentes que permitan concluir que todo está decidido.