Peter Stringer es un personaje desconocido en España, pero una celebridad en su país, Irlanda, en cuya selección de rugby ha jugado 85 partidos internacionales, incluida la participación en dos mundiales y con la que ha ganado el mítico torneo de las Seis Naciones.
Stringer, una estrella del deporte que en muchas ciudades europeas no podría andar cien metros por la calle sin que alguien le pidiera un autógrafo o una foto, se casó el pasado martes. En Marbella.
Ese mediodía, mientras el mundo político de la ciudad permanecía en vilo a la espera de saber hacia dónde se decantaría la opción de gobierno municipal, los alrededores de la Iglesia de la Encarnación eran un hervidero de fotógrafos británicos e irlandeses intentando cazar con sus objetivos a la multitud de estrellas del rugby irlandés que habían acudido a Marbella a acompañar a su compañero. Siendo el rugby un deporte muy minoritario en España, los vecinos que pasaban por el lugar lo hacían sin percatarse de las causas de semejante revuelo. Peter Stringer podría haber elegido cualquier ciudad de Europa para casarse, pero eligió Marbella. Y es seguro que el director comercial de algún hotel de cinco estrellas de la ciudad con decenas de trabajadores en nómina habrá agradecido esa decisión. La foto de los novios saliendo de la Iglesia de la Encarnación estaba el miércoles en todos los periódicos irlandeses. Y el nombre de Marbella, también.
Muchas de las cosas extraordinarias que suceden en la ciudad pasan desapercibidas para la mayor parte de los vecinos, y aunque ese sea uno de sus mayores activos no estaría mal a veces tomar conciencia de hasta dónde llega la importancia que supone ser depositario de la riqueza intangible de una marca turística de renombre mundial. Y qué importante es que nadie, desde dentro de la ciudad, conspire voluntaria o involuntariamente contra su prestigio.
Durante estos días en los que se debatió si las alianzas políticas iban a empujar al Ayuntamiento hacia un gobierno de continuidad o hacia un cambio de destino incierto, uno de los argumentos que se utilizó por quienes apoyaban o eran parte de la primera opción era que una alianza multicolor crearía desconfianza en las empresas y conspiraría contra el entusiasmo inversor.
El argumento podía ser legítimo a la hora de intentar torcer la balanza, pero una vez resuelta la incertidumbre sobre quién se sentaría en el sillón de la Alcaldía debería pasar a formar parte de una discusión superada.
Marbella tiene ya nuevo alcalde a quien habrá que juzgar por los resultados de su gestión, y un equipo de gobierno cuyo mayor desafío es funcionar como tal y no como una amalgama de intereses diversos. El discurso de nosotros o el caos puede valer como argumento electoral, incluso como modo de presión para intentar salir victorioso de un proceso negociador, pero mantenerlo una vez que el partido ha finalizado y ha comenzado otro puede tener el efecto de la profecía autocumplida. Lo que menos necesita la ciudad en este nuevo tiempo es que se siga azuzando el miedo. A partir de este momento será cuando se vea qué lugar ocupan entre las prioridades de cada uno los intereses propios y los generales de todos los vecinos.
El nuevo gobierno se presenta con el compromiso de actuar con transparencia, de poner el foco en el sector más desfavorecido de una ciudad de abismos sociales y de mejorar la dotación de servicios públicos a través de un desembarco inversor que salde una deuda histórica de infraestructuras que se arrastra desde hace ya tres décadas. Esa es su prioridad y a lo que se ha comprometido.
La oportunidad de que se realicen ahora estas inversiones y de aliviar el peso de la deuda con la Junta –del mismo modo que lo hizo la alcaldesa saliente con la que se mantiene con el Estado–, además de demostrar una vez más que las instituciones se utilizan en este país como parte de las estrategias políticas es la principal baza del nuevo alcalde, pero también un compromiso sobre cuyo cumplimiento se le juzgará cuando llegue el momento de presentar las cuentas de su gestión. El resultado de las urnas y la capacidad de tejer una alianza de gobierno le han hecho merecedor de una oportunidad. Es hora de dejar que hablen los hechos.