Esto no es una invitación a no hacer nada, todo lo contrario. Es el aviso de que ha llegado la hora de afrontar el asunto desde otra perspectiva.
Llevamos años preguntándonos qué es lo que quería hacer el gobierno andaluz con La Cónsula, perplejos porque no entraba en la cabeza de nadie que el objetivo final fuese echar el cierre.
La Junta, Susana Díaz, el PSOE, tenían en la escuela de hostelería de Churriana una oportunidad de esas que en política no abundan. Menos aún en una política que ha dado muestras sobradas y repetidas de fracaso. Con el mapa educativo de Andalucía salpicado de aulas prefabricadas, de malestar docente, de dotación insuficiente de medios materiales y humanos y de abandono escolar, La Cónsula podría haber sido un ejemplo, uno de los pocos, para explicar a qué se refieren los mandos de la Junta cuando hablan de formación de calidad, de igualdad de oportunidades, de educación pública de excelencia, de eficacia en la gestión de los recursos públicos, de rentabilidad social de la inversión institucional.
Con el desempleo crónico, el subdesarrollo instalado después de 30 años en el poder y el turismo y sus vaivenes estacionales como una tabla de salvación que ayuda cíclicamente a maquillar las cifras del fracaso, La Cónsula podría haber sido también una coartada que ayudara a simular que al menos se está haciendo algo para intentar romper el ciclo a través de una oferta basada en la excelencia.
Con el discurso instalado de que la calidad es la única oportunidad del monocultivo turístico mientras llevamos décadas esperando el saneamiento integral, con los cocineros consagrados como ejemplo del éxito de una iniciativa institucional, La Cónsula podría haber sido también un trofeo a exhibir para desmentir a quien con razón les echara en cara el desastre.
Después de todos estos años en los que el Gobierno andaluz ha exhibido un desinterés cristalino por la escuela de hostelería, eran pocos quienes podían considerar que La Cónsula iba a continuar porque se ha demostrado eficaz, porque era dinero público bien invertido, porque era útil no sólo para quienes pasaban por sus aulas sino para la sociedad en su conjunto, porque era un potenciador de talento. Incluso no eran muchos quienes confiaban en que la escuela seguiría porque los responsables de la Junta, empezando por Susana Díaz, habían comprometido su credibilidad en ello. A estas alturas nadie se cree las promesas que se hacen en época electoral, aunque en ocasiones, como ocurrió en la campaña de las autonómicas, esas promesas vinieran acompañadas de un talón.
Sin embargo, sí sobraban argumentos para suponer que al menos por egoísmo, por cálculo político, por miseria electoral, a la Junta le convenía mantener abierta La Cónsula. Al menos como coartada, como excepción a la regla de su ineficacia, como tabla de salvación para un discurso plagado de falacias que hace agua por todos lados.
Pero incomprensiblemente, La Cónsula ha cerrado. Y con el cierre no sólo hay que decir adiós a los últimos rescoldos de confianza en quienes aseguraron que esto nunca sucedería. También hay que despedirse de cualquier pretensión de intentar entender por qué la Junta de Andalucía ha actuado de esta manera con una de las pocas creaciones nacidas de su riñón que podía exhibir como un oasis de éxito.
Da igual si es por simple ineptitud, o porque no sabe explicar en su entorno de mediocridad que hay que invertir dinero público en un centro de excelencia, o porque no se encuentra la rentabilidad política de un centro instalado en una provincia electoralmente díscola, o porque en la cuenca del Guadalquivir se sigue sin comprender que esta es una región subdesarrollada que de momento no tiene nada mejor que el turismo.
Da igual porque el tiempo para escudriñar razones, para interpretar gestos, para intentar adivinar qué pretendía hacer la Junta de Andalucía con La Cónsula, de entender por qué dejaban morir a esta joya ya ha pasado. Lo que toca ahora es defender la escuela y exigir que se respete a los alumnos, a los profesionales, al mundo del turismo y al interés social y económico de la provincia de Málaga. No porque ellos quieran, sino porque es nuestro derecho.