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Héctor Barbotta

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Elegir el olvido

El jueves 26 de mayo se cumplieron 25 años de la primera victoria electoral de Jesús Gil y Marbella acogió durante tres días un seminario organizado por el Consejo Social de la Universidad de Málaga para analizar lo que fue el gilismo. En realidad es exagerado asegurar que Marbella lo acogió.
Alguien podría suponer que un evento de este tipo tendría un discurso inaugural del alcalde, la presencia de los portavoces de los partidos viejos y de los nuevos, un salón abarrotado con la presencia de lo que se conoce como fuerzas vivas, una moción para instituir algo así como ‘El día de la Memoria’.
No. La actividad, efectivamente, se desarrollóa en Marbella, en su Palacio de Congresos, pero durante el primer día hubo casi tantos ponentes como público. Y no es que los ponentes fuesen muchos.
No cabe atribuir a una mala organización la escasa respuesta de los vecinos y el rácano apoyo institucional. El tema es fundamental para entender el presente de Marbella; la propuesta de las jornadas, más que acertada: «una reflexión sosegada sobre un modelo de crecimiento basado en el ladrillo que tuvo a Marbella como banco de pruebas, una invitación a la catarsis, un aprendizaje que permita impedir su olvido». Tampoco cabe atribuirla a la valía de los conferenciantes. Por las jornadas habrán pasado en tres días muchos de quienes sobresalieron en la denuncia del gilismo y algunos de los que consiguieron acabar con él. ¿Por qué la gente no ha ido? No ha sido ni por la trascendencia de la efemérides, ni por la organización, ni por el enfoque elegido, ni por los ponentes. Ha sido por todo eso. Se ha invitado a la catarsis a una sociedad que no quiere hacerla, se ha llamado a recordar a quienes prefieren olvidar.
Se ha cumplido, efectivamente, el 25º aniversario de la irrupción electoral de Jesús Gil y una buena experiencia sería buscar en Marbella a alguien que admita haberlo votado para que explique qué razones lo llevaron a hacerlo y cuál es la reflexión que hace 25 años después. Hay que adelantar que no sería sencillo. El GIL ganó en Marbella cuatro elecciones seguidas pero encontrar votantes confesos es como la aguja en el pajar.
La adulación, que es la forma con la que los políticos eligen relacionarse con los votantes, impide que desde las instituciones se responsabilice a los vecinos por la suerte que corrió su ciudad y por las consecuencias que aún arrastra.
Quienes votaron a Gil no quieren recordar que lo hicieron; mucho menos explicar por qué no volverían a hacerlo. Quienes crearon las condiciones para esta tragedia política tampoco asumen sus responsabilidades. Sería un ejercicio de injustificado optimismo asegurar que la ciudad ha creado los anticuerpos para que algo parecido no vuelva a suceder.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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