Lo dijo Jesús Gil hace años y Roca lo ha comprobado en carne propia esta semana: «De la cárcel se sale, de la miseria no». Los avisos que había dado el juez Pérez desde que se hizo cargo de la instrucción del ‘caso Malaya’ con la rebaja de fianzas, la devolución de pasaportes y las críticas al instructor anterior habían sido demasiados como para que esto no tomara a alguien por sorpresa. Incluso Roca tardó 20 días en pagar la fianza, como para dar tiempo a que al personal se le fuera haciendo el cuerpo. Ni aún así. La escena -salida triunfal, pulgar en alto, maleta llevada por otro preso, gesto de alegría, verbo seguro- sigue siendo de difícil digestión.
La excarcelación de Roca y el regreso a su piso de Marbella tienen varias lecturas, pero posiblemente la menos alegre para la ciudad sea que mediáticamente su nombre vuelve a estar asociado al pasado. Sumada a la repercusión que ha tenida el permiso penitenciario de Julián Muñoz, es una muestra más de que sobreponerse a la herencia de los años negros no será solamente un problema de normalidad institucional y de inversiones con las que comenzar a recuperar el tiempo perdido.
También será necesario despegar el nombre de la ciudad del de los golfos que mandaron durante todo este tiempo, y para ello parece que no bastará con que las cosas se hagan ahora decentemente. Hace falta más. Es claro que asociar la ciudad a un evento de prestigio que la vuelva a poner en el mapa de lo deseable, y no de lo que produce rechazo, no puede esperar a que vuelva la alegría presupuestaria. Habrá que aguzar la imaginación.
El personaje no defraudó en su salida. Hizo gala de todo el aplomo, la sangre fría y el desparpajo que se le presume a una persona enriquecida a costa de apropiarse en su beneficio de los intereses de 200.000 vecinos.
Repasemos: Aseguró que lleva dos años sin poder defenderse de las acusaciones. Dijo que algunas de estas, no todas, son falsas, aunque no aclaró cuáles. Perdonó la vida a los periodistas a quienes dijo que la ‘culpa’ de que se le responsabilice de todos los males de España no es de ellos, sino de la policía que filtraba información falsa (la suya parece que será la buena). Agradeció a los amigos y familiares que aportaron dinero para la fianza, que considera desorbitada. Adelantó que sopesará si regresa a su puesto de trabajo en el Ayuntamiento. Y explicó que su pioridad ahora es defender sus empresas intervenidas.
Veamos: Roca no lleva dos años sin poder defenderse, sino administrando su silencio, que no es lo mismo. Durante este tiempo ha puesto a un amplio equipo de abogados a presentar querellas, más o menos indiscriminadas, contra quienes informaban del caso, posiblemente con más intención de amedrentar que de otra cosa, pero en suma ejerciendo su derecho a defenderse. Lo de los aportantes para la fianza vale para el que se lo quiera creer, y lo de intentar volver a su puesto en el Ayuntamiento suena más a chulería que a otra cosa.
Ahora bien, lo de que su prioridad es defender los intereses de las sociedades que se encuentran bajo administración judicial es lo que suena peor. O suena mal para Roca -que después de dos años en la cárcel podría haber perdido la razón y creer por ello que todavía tiene posibilidad de recuperar los bienes presuntamente malhabidos que le fueron incautados en la operación- o, si mantiene la cordura, suena mal para 200.000 marbellíes y para toda persona con un mínimo sentido de la justicia. La sola posibilidad de que el presunto cerebro de la trama pueda quedarse con el botín, o con parte de él, y que la ciudad pierda de vista la posibilidad de una compensación, es un horizonte que produce desasosiego. Tanto, que resulta difícil de comprender cómo el parque de la Alameda no se quedó pequeño el jueves pasado para albergar a los vecinos que reclamaban un poco de dignidad para esta ciudad. Por ello, entre una y otra opción -las dos malas-, nos quedamos con la primera: los dos años de cárcel le han hecho perder la contacto con el mundo real, y Roca ya no distingue entre realidad y deseos.