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Almudena Nogués Ortiz

Málaga, pasarela urbana

La aguja malagueña de Yves Saint Laurent

¡Feliz lunes! Lo prometido es deuda! Os dije que empezaría la semana con un reportaje muy especial y aquí lo tenéis. Hace un par de semanas tuve la gran suerte de conocer a Rosario Baca, una sastra malagueña que trabajó 5 años para Dior y 25 para Yves Saint Laurent (todo un lujazo!!) Durante la mañana que pasé con ella tuve el privilegio de revivir a través de sus recuerdos aquella época dorada de la moda parisina. Me cautivó la pasión de esta señora por su profesión, el brillo que irradiaban sus ojos al narrar aquellas historias y anécdotas que tejieron el que fue su gran sueño hecho realidad. Desde aquí, mil gracias a Rosario y a Jesús Segado, diseñador malagueño de alta costura que le ha devuelto a Baca la ilusión por seguir cosiendo, por presentármela. ¡Os dejo con el reportaje! ¡Espero que os guste!

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Han pasado más de tres décadas, pero aún recuerda aquella expresión de sus ojos como si fuese ayer. Era su primer trabajo para Yves Saint Laurent y no quería defraudarle. Durante días, se había afanado por interpretar a la perfección aquel «garabato» entregado por el diseñador, de apenas un par de trazos.¿El resultado? Un elegante traje de chaqueta femenino de corte impecable planchado a conciencia para que cada costura cumpliera su misión. Desde el salón de los talleres parisinos de la mítica casa de alta costura Rosario buscaba la aprobación en la mirada del exigente modista que, según rememora emocionada, se quedó prendado de sus prendas. Treinta años después, aún se emociona al revivir aquel momento, uno de los más importantes de su vida: «Yo lo observaba de lejos sin quitarle la mirada. Lo vio y tras repasarlo bien preguntó que quién lo había cosido, que quería conocer a la sastra. Entonces me acerqué y me dijo: ‘Señorita (petites main, como él nos llamaba) usted tiene mucho talento, no le he tenido que poner ni un alfiler’, por poco me desmayo» cuenta esta malagueña que durante 25 años dio forma a muchos de los fabulosos diseños de Yves Saint Laurent. Entre ellos, el famoso traje de luces creado por el francés en la colección otoño/invierno de 1979 (»como era española, me pidió que participara en su creación», indica) o la chaqueta de girasoles tributo a Van Gogh, cuajada de pedrería, «pesaba una barbaridad, más de 40 kilos, y era complicado manipularla», advierte.

Su historia es una de esas que demuestran que los sueños a veces se cumplen. Nieta de sastra, ya de pequeña Rosario se divertía haciendo muñecos de barro y vistiéndolos con retales de tela que le daba su madre. A los 13 años su padre, ebanista de profesión, se convirtió en uno de los muchos malagueños que hicieron la maleta para emigrar a Francia. Paris fue su destino. Allí, tras completar la enseñanza obligatoria, a los 16 ingresó en una escuela de alta costura dispuesta a formarse en la que era su gran pasión: la moda. Y no tardó en despuntar: «En el primer curso la profesora me propuso que cosiera una gabardina rosa de seda para su hija de tres años y cuando la vio acabada me dijo: «Rosario, tu llegarás lejos», cuenta sin falsa modestia.

No se equivocó. Nada más salir de la academia, Baca (con un brillante expediente académico como aval) decidió armarse de valor y llamar a las puertas de la mismísima casa de Christian Dior. Su gran meta desde que pisó Paris. Esa gran ilusión con la que había fantaseado tantísimas veces. «Me presenté muy bien vestida, con unos taconazos y mi diploma en el bolso para ofrecerme a trabajar. Lo que llevaba por dentro tenía que explotar entre esas paredes y para mi sorpresa al apreciar mi pasión por la costura me cogieron», explica. Allí estuvo cinco años aprendiendo de los grandes y centrada en trabajar las telas vaporosas con mucha caída. De aquella etapa recuerda el trato distante y la frialdad con que se trataba a «las obreras», que apenas tenían contacto directo con las clientas. ¿De las que guarda peor recuerdo? De la esposa del entonces presidente Georges Pompidou, Claude, que -según cuenta-, le hizo desmontar una capa reversible por una diferencia en el cuello de apenas un milímetro o de Sofia Loren que se oponía a tratar con las modistas, «para vengarme le dejé un alfilerito una vez en la entretela de la chaqueta», bromea.

Dior fue su segunda casa hasta el nacimiento de sus hijos (primero Sandrina y dos años más tarde Eric) por los que decidió hacer un paréntesis en su carrera, que retomaría «hipnotizada» cinco años más tarde por los diseños de Yves Saint Laurent. Recuerda perfectamente como fue: «Estaba cosiendo un vestido de novia por encargo en casa cuando vi un reportaje en la tele sobre su primera colección en solitario tras abandonar Dior y casi me desmayo, hasta se me cayó el maniquí. Entonces supe que tenía que volver y trabajar para él», confiesa. Y, una vez más, consiguió su propósito. En el taller de sastrería estuvo nada menos que 25 intensos años (con jornadas que a veces se prolongaban durante días), hasta el cierre del taller en 2002.

Un cuarto de siglo plagado de historias y anécdotas. Como la que vivió aquel día en que se topó con Saint Laurent en las escaleras y le dio la llave del ascensor. «Él era muy cercano y prefería entrar por la puerta del personal. Cuando me vio con los taconazos me dijo que no podía subir andando dos pisos pero yo me negué porque las empleadas teníamos prohibido usar el elevador. Ante la insistencia acepté y al salir me dejó la llave y me dijo que la utilizara cuando quisiera. Aquello fue un escándalo entre mis compañeras», advierte.
Al diseñador lo recuerda tímido, depresivo «cuando nos llegaban sus bocetos con toda la ropa negra sabíamos que ya estaba otra vez mal» y muy generoso: «cuando era el día de la madre, por ejemplo, nos obsequiaba a todas con un pinta labios y antes de lanzar cualquier perfume nos lo regalaba, era muy detallista y sabía tratar a su equipo», señala Baca, quien puede presumir de haber vestido, entre otras, a Claudia Schiffer «le gustó tanto el traje rosa que le hice que hasta quiso retratarse conmigo», Liza Minelli (»me encantaba coser para ella porque era encantadora. Le hice muchísimos esmoquin y una vez hasta bailó para mi») y a alguna que otra reina europea, «a la que no podíamos coserle etiquetas para que no se supiera que compraba trajes fuera de su país».

Mucho ha llovido desde entonces. El cierre de la casa de YSL fue tal palo para ella que Rosario apenas ha cogido una aguja desde aquel día; un bloqueo que hoy, a sus 65 años, está empezando a superar gracias al diseñador malagueño Jesús Segado, a quien descubrió en la Pasarela Larios y que, según dice, le ha devuelto aquella ilusión y aquel brillo en los ojos que desprende en la foto suya que ilustra una de las páginas de uno de los libros biográficos de su admirado Yves, que siempre le acompaña. ¿Su asignatura pendiente? Crear su propia línea de ropa y que desfile por su querida Málaga de la que presumía en Paris. ¿Coser y cantar? En su caso, literal: «Siempre llegaba cantando y les recordaba a todas mis compañeras del taller que era de Capuchinos, el barrio más saleroso», concluye.

En las fotos de arriba, Rosario Baca muestra una foto suya publicada en uno de los libros tributo a Yves Saint Laurent, los famosos traje torero y chaqueta de girasoles del diseñador (algunos de los que pasaron por la aguja de la malagueña), fotos de hemeroteca de Saint Laurent y, por último, una foto de recuerdo mía con Rosario y Jesús Segado. A ambos, mil gracias por el regalo que ha sido escribir este reportaje.

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