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José Becerra

La provincia a vuelapluma

Dos valles de la Serranía, el mismo problema

 

Coincidiendo con el Día del Medio Ambiente, celebrado al pasado miércoles en medio mundo, recordándonos el compromiso de respetar todos los elementos que hacen posible la vida en este sufrido planeta – al aire, el agua de los ríos y el mar, la avifauna, los pareajes naturales… -,se han puesto de acuerdo el Gobierno Central y la Diputación de Málaga para depurar al fin las aguas residuales de los valles del Genal y el Guadiaro. Las conversaciones entre ambas instituciones han durado un año, a remolque de los pueblos afectados, casi la totalidad de los que contemplan el discurrir calmoso de los dos ríos, que no han cejado en el empeño de hacerles ver una situación que clamaba al cielo. La reivindicación viene de mucho tiempo atrás, cuando el aumento de los municipios serranos se hizo notable- a partir de la década de los 60 – y los detritus infectos ocasionados empezaron, arrastrados por las lluvias, a contaminar ambas vía fluviales.

Del Genal sólo conozco el lugar placentero de su nacimiento,localizado en el pueblo serrano de Igualeja. En sus aguas frías y transparentes hundí más de una vez mis plantas cansadas de caminante solitario, allí donde el líquido elemento surge de la tierra y con la pureza intacta de un recién nacido se dispone a emprender su andadura por lo intrincado de la sierra. El Guadiaro, por contra, lo conozco cuando, valentón ya crecido, regaba, dadivoso de aguas, haciendas campestres y pequeñas explotaciones hortofrutícolas de Benaoján, Jimera de Líbar y Cortes de la Frontera, y sin detenerse, entre chorreras y recovecos buscaba el abrazo del mar, hasta done llegaba para morir.

En el Guadiaro, aprovechando sus remansos aprendí a nadar cuando contaba muy pocos años. Las aguas limpias convidaban al baño,que siempre era gratificante entre junqueras, adelfas y mimbreras. Luego me enseñaron a pescar panzudos barbos y escurridizos lucios tanto con caña como medio sumergido en las toberas de la roca donde buscaban refugio. Capturé rubiciundos cangrejos y perseguí a ranas saltarinas entre los guijarros resbaladizos del lecho del río. A su orilla,para disfrutar de su frescura en los meses del estío, la gente del pueblo organizaba comilonas o se distendían en las horas amenas hasta la anochecida.

Pero el río, producto de la desidia se muchos, trocó su imagen halagüeña por otra hostil. Languideció, menguado de aguas, sucio y turbulento, y la población piscícola desapareció del todo. Dejó de ser un lugar para la distracción y la cuchipanda.

Mucho importa a los pueblos que flanquean a los dos regatos que sus tierras colindantes se regeneren y con la instalación de depuradoras, que se han hecho esperar durante décadas, eliminen los residuos que los emponzoñan. Para que recobren la estampa de lugares atrayentes que nunca debieron perder.

Foto: Cuenca del río Guadiaro a su paso por Benaoján
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Sobre el autor

Nacido en Benaoján, 1941. Licenciado en Lengua y Literatura Española por la UNED. Autor de varios libros. Corresponsal de SUR en la comarca de Ronda durante muchos años.


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