Muy buenos días, amigos de la meteo. Hoy toca leer a mi amigo Enrique Salvo Tierra, Director de la Cátedra sobre cambio climático en la Universidad de Málaga. Me ha encantado tu articulo.
Hace unas semanas, haciéndome eco de los informes que advertían que para 2050 el sur peninsular sería una tierra inhabitable, acudía para explicarlo al símil de la estrategia de las abejas melíferas japonesas. Estos pequeños insectos tienen un enemigo que les triplica en tamaño, fuerza y malas ideas. Es el avispón asesino, tan grande como una tarjeta bancaria, y también con un veneno neurotóxico capaz de acabar con la vida de un ser humano. Al avispón le gusta incordiar en el panal de las niponas abejas y, como el más perverso de los monstruos, decapitar a las adultas y devorar sus larvas. Pero las abejitas, tan buenas como Maya, han diseñado una elaborada estrategia para su defensa. Envolver en masa al invasor y agitando sus alas elevar la temperatura interior hasta los 46ºC. En ese punto del termómetro, el maléfico avispón muere, a la par que el ejercito nipón, gracias al toque de corneta de un estímulo neurológico producido por esa temperatura, se bate en retirada. El caso me sirve para reflexionar acerca de que, en ese punto, en los 46ºC está el límite térmico para el desarrollo de la vida, en especial de las actividades humanas, y el momento para abandonar los asentamientos. Llegados a ese punto, se desencadenan toda una serie de despropósitos que van desde la degradación de aminoácidos básicos hasta el colapso de la información digital.
Lo que barruntaba para 2050 se adelantó a esta semana, y en El Granado, tan cerca nuestra, se alcanzaron los grados en el que las abejas melíferas japonesas reciben la señal de abandonar su doloroso trabajo.
Aun retumba en mis oídos la peculiar forma que tenía Manolo el de los cupones, allá por los sesenta, de despertar al vecindario de los alrededores del Mercado. Con su atiplada voz en grito cada mañana cantaba el nombre del boleto para el sorteo de cada noche, que por entonces era de sólo tres cifras, para mayor alegría de muchos, aunque tocasen premios menores. Pero Manolo no cantaba números, sino vociferaba aquellos nombres que la historia les había concedido. Siempre me llamo la atención que al 46 se le llamase el sombrero.
Vaya usted a saber por qué. El caso es que le seguía el 47 al que llamaba el mundo, el 48 la negra y el 49 la breva. La trilogía no deja de ser hoy esperanzadora: es tiempo para que caigan brevas negras sobre el mundo, antes de llegar al 50.
Salvo Tierra
Andalucía Información.